PREMIO DEL CONCURSO LITERARIO DEL IES VALLE DEL HENARES

Dom, 25/06/2017

23 de junio. La jefa del departamento de Lengua castellana y literatura, Teresa Arroyo Collado, en presencia del director del instituto (ver imágenes), entregó el premio del Concurso literario de relato 2016/17 del IES Valle del Henares a la alumna de 1º de Bachillerato Andreea Ecaterina Olteanu por su relato Blanco o negro (una mente universal), que publicamos a continuación. 

                                                                   BLANCO O NEGRO

                                                                    (Una mente universal)

Toda su vida fue un simple peón, sin aspiración alguna a ser algo más, sin ánimos siquiera de tener un rumbo fijo. Él tan solo se movía al ritmo del juego, continuando por el camino que los demás le marcaban, una veces blanco, otras veces negro, pero sin conocer tonos grises. Era de pequeña estatura, como todos los suyos, y solo se le permitía un movimiento. Era consciente de que formaba parte de una jugada, pero también sabía que su jugada era limitada, que finalmente moriría. Pero, a diferencia del resto, sabía que debía defender a su rey, que su rey tenía una reina, la más hermosa del tablero. Lo sabía, pero no aspiraba a mirarla a los ojos siquiera. Además, había oído que, si lo hacía, perdería su turno y acabaría enloquecido, por lo que jamás permitió que Cupido se acercase a él.

     Sin embargo, todo esto cambió el día en que su jugada se quedó paralizada, nadie se movía. De repente, notó que todo ese humo a cigarro había desaparecido y una brillante luz blanca iluminó el tablero. En ese momento, una sensación extraña recorrió su diminuto cuerpo de arriba abajo permitiénle abrir los ojos y salir de ese mecanismo. Pudo notar algo más de claridad en los colores, pero no dejaban de ser blancos o negros. Pudo ver las pocas piezas que aún quedaban en el tablero de juego y dedujo que su vida estaría al borde del precipicio y que su tiempo era aún más limitado de lo que había pensado. Pero aún nadie se movía. ¿Qué está pasando?, se preguntó el peón. Como era de esperar, nadie contestó. Todos aguardaron esperando a que una fuerza les impulsase a moverse. En ese momento, el peón se dio cuenta de que no podía mmoverse por sí solo, de que necesitaba algo que lo hiciese móvil. Cuando la luz comenzó a decaer, pudo ver con mayor claridad las líneas del tablero, pudo ver el fin del tablero. Reconoció formas que, al parecer, no pertenecían a su mundo. ¿Qué es todo esto?, pensó para sus adentros. La curiosidad inundó su figura y, por primera vez en su vida, deseó salir de su cuadrado y probar otras posiciones. No podía. Por mucho que lo intentaba, parecía imposible logralo. ¿Cómo lo había hecho hasta ahora?, meditó. De repente, el peón frenó sus pensamientos y dejó paso libre a uno en particular: recordó qeu un día le había parecido escuchar que los pensamientos se materializan en objetos, pero que, para ello, era necesario una fuerza motriz: la voluntad.

     -¡Ya está!, lo tengo -afirmó el peón.

     No sabía por qué ni dónde había escuchado algo así, pero estaba convencido de que lo había escuchado. Sin dudarlo siquiera una vez, se concentró únicamente en aquello que quería, dejando de prestar atención a todo lo demás. Sentía como si un pequeño filamento se desligase de él y le permitiese salirse de la jugada, a la vez que perdía el equilibrio por alejarse del resto de sus compañeros. Asombrosamente, el peón logró liberarse del mecanismo al que hasta ahora había permanecido unida. En ese momento, el resto de sus compañeros comenzaron a susurrar, pero el peón apenas les prestó la minima atención. Él sabía que había descubierto algo nuevo y tenía que conocerlo mejor. Decidió salir del tablero y descubrir por sí mismo qué había más allá del horizonte, aquello que tanto él como el resto de piezas conocían como "el fin del tablero". Seguidamente, dos sombras nublaron su vista y sintió cómo su base se levantaba del tablero para volver a su cuadrado.

     -¿Qué tipo de estúpido pasaría por aquí y movería un peón? -dijo una voz. 

     -Es inútil pensarlo, nadie hubiera podido hacer eso -contestó la otra.

     El peón escuchó voces del exterior y volvió a sentir cómo ese espeluznante olor a tabaco decoloraba los dos colores del tablero. Su vida había vuelto a la normalidad, pero él no quiso seguir ese rumbo de nuevo. Había descubierto algo nuevo y sentía la necesidad de conocerlo por sí mismo. Por primera vez en su vida, quería hacer algo diferente. Quería decidir qué hacer con su vida, quién quería llegar a ser y abandonar su actual papel, es decir, salirse de la rutina. No iba a permitir que ningún tipo de sombra oscura ocultase su luz, aquella que hacía mucho tiempo que no veía. Por ello, decidió rebelarse. Les dijo al resto de piezas que aún permanecían en el tablero que esta no era su vida, que cambiando sus pensamientos podrían convertirse en lo que quisieran y que todo esto no era más que una mínima parte de otra gran realidad. Los demás le tomaron por loco, pero él sabía perfectamente que su mundo formaba parte de otro más grande, lo había visto. Justo entonces, le vino a la mente otro recuerdo: algo así como el mito de la caverna de un tal Platón. ¿Qué diablos será eso?, se preguntó.

     En fin, dejó de lado esa idea y trató de convencer al resto de que el fin del tablero no era más que el principio de algo nuevo. Como era de esperar, nadie le hizo caso, nadie confiaba en un simple peón de poca habilidad. Entonces, decidió actuar por sí mismo y jugar el papel del rey. Sí, eso mismo, él, a partir de ese momento, ascendería a rey. Pensó que quizás de esa forma lograría que el resto de piezas le prestasen atención. Así, durante el resto de la partida, jugó como alfil, bailó como una reina, defendió como una torre y luchó como un caballo y, todo esto, sin salirse del blanco y del negro. Viviendo el papel de todas piezas, el peón se dio cuenta de que cada pieza tenía su propia visión del tablero, sus propias funciones y que, además, jugando su papel sentía distintas emociones. Pero, a pesar de notar estas diferencias, también se dio cuenta de que, visto desde distintas perspectivas, el tablero seguía siendo un tablero y que sus colores seguían siendo el blanco y el negro. Finalmente, decidió continuar con su misión: ser rey. Cada turno que pasaba, una pieza más desaparecía del tablero hasta que, finalmente, solo quedaron cuatro. Lo consiguió, se convirtió en rey. ¡Por fin!, gritó fuertemente. Ahora que ya era lo que quiso ser, pensó en dar el primer paso. Pero algo en su mente le advirtió de que el rey tenía que pensar dos veces antes de moverse, porque cualquier movimento equivocado podría significar el fin de la partida y no solo eso, sino que también supondría el fin para el resto de las piezas. En ese momento sintió cierta responsabilidad y temor porque sabía que su vida y la del resto tan solo dependían de su movimiento. Se paró en seco y respiró profundamente. A lo largo de su vida, había sentido la ignorancia de un peón, la fuerza de un caballo, la delicadeza y dulzura de una reina, la agilidad de un alfil, la resistencia de una torre y, ahora, la responsabilidad y sabiduría de un rey. Pero se dio cuenta de una cosa más: aunque él seguía siendo un peón con cuerpo de rey, el tiempo también había pasado para él. Y, al fin y al cabo, seguía dentro de un tablero con forma de cuadrado donde pasaría el resto de su vida. Sin embargo, si había algo de especial en ella, era que, si no hubiera conocido los rasgos y sentimientos del resto de piezas, si no hubiera visto la luz, jamás hubiera vivido, y, si hubiese muerto sin conocerlos, jamás moriría porque jamás habría vivido.

     -Y así es la vida, amigo... ¡Jaque mate! -dijo finalmente una de las voces.