ECATERINA ANDREEA OLTEANU: FINALISTA EN LA OLIMPIADA FILOSÓFICA DE CASTILLA-LA MANCHA

Mar, 09/05/2017

La alumna, de 1º de Bachillerato, optó hasta el último momento a una plaza en la final nacional de la I Olimpiada filosófica. 

Así fue todo...

                                                                                   CRÓNICA

                                                I Olimpiada filosófica de Castilla-La Mancha. Una experiencia

                                                                                [E. Andreea Olteanu]

Nervios. Una oleada de nervios recorrían mi cuerpo de arriba abajo. Había estudiado, sí, pero mi cabeza parecía confundida. Veía gente: gente repasando, gente recitando aquello que no se sabía, gente mirando a la puerta de la sala, gente suspirando y gente tranquila. Y, luego, yo: nerviosa, como siempre, y muy poco convencida de poder ganar y pasar a la fase nacional. Los miembros del tribunal nos iban llamando para explicarnos el ejercicio y asegurar nuestra presencia.

    -Amalia C. -dijo uno de ellos.

    Sí, mi pseudónimo, pensé. Entré con poca seguridad y, antes de sentarme, noté que mi mente volvía a escaparse del momento presente: de nuevo, los nervios me atacaban. Pero había llegado el momento, mi momento, y no podía dejar pasar esta oportunidad. En cuestión de segundos, recordé lo mucho que me había costado llegar hasta allí y los problemas que supuso el viaje. Recordé la ajetreada tarde anterior buscando la manera de, por cualquier medio, acudir a la prueba. Fue una tarde complicada que me trajo ciertos quebraderos de cabeza. Sentí el frío aire de la madrugada, sentí el cansancio en mi cuerpo mientras entraba al coche del director, quien, amablemente, se ofreció a acercarnos a Guadalajara. Sentí el peso de la palabra "suerte" al despedirnos de él. Me acordé de que casi perdemos el tren en Atocha. Sentí la mecanización de las personas que nos acompañaron en el tren, atentos a sus teléfonos móviles e ignorando su alrededor. Percibí la sequía, sequía en el alma de la humanidad. ¿Nos estaremos convirtiendo en cyborgs?, pensé. En ese momento, sentí que tenía el deber de levantar la humanidad y recuperar toda su naturalidad. Sentí el deber de hacerlo, por todas aquellas personas que me habían apoyado hasta el momento y que creían en mí aun sabiendo que podía perder. Repentinamente, mi cuerpo recuperó su energía habitual y mi mente se puso en funcionamiento. Me senté y, antes de escribir, me dije a mí misma: "Voy a dar todo lo que tengo porque no he venido a perder, he venido a aprender".

    Y, exactamente eso hice: me concentré al máximo en mi prueba y traté de disfrutar haciendo lo que más me gusta. Al acabarla, entregué mi escrito y fui llamada a defender, oralmente y ante el tribunal, mi fotografía. Elvira, la chica que me acompañaba, parecía estar más nerviosa que yo, aunque lo hizo muy bien. Cuando fue mi turno, justo después de ella, volví a recordarme para qué había venido allí y comencé mi explicación. Sorprendentemente, me llevé una oleada de aplausos por parte del tribunal: me dijeron que había estado muy bien, aunque, lamentablemente, no pasé a la fase nacional. Pero eso ya no me importaba, pues llegaba el momento del debate: "¿Utilizar la tecnología para sanar o para mejorar al humano?" Sin duda, transhumanistas y posthumanistas se enfrentaron en un complicado y entretenido debate donde no faltaron risas y alguna broma.

    Pero, como se suele decir, todo lo que empieza acaba, y esto había llegado a su fin. De nuevo, la suerte parecía perseguirnos, ya que el grupo de El Casar (Guadalajara) nos ofreció plaza en su autobús, con lo cual no tuvimos que apresurarnos a coger el tren. La vuelta fue mucho más entretetenida y rápida, pues conocimoa a personas nuevas y, entre todos, comenzamos a cantar canciones. De hecho, logré que nuestro profesor de filosofía también cantase con nosotros. Fue muy divertido hasta que el conductor nos aguó la fiesta quitándome el micrófono. 

    Mientras volvíamos a Jadraque, mi mente se tranquilizó y me permitió darme cuenta de todo lo que había hecho. Miles de preguntas sin respuestas borboteaban en mi mente. En aquel momento, me di cuenta de que no había perdido la Olimpiada, sino que, en verdad, había dado un paso más. Ver la mecanización de la gente en el tren, más preocupada por su teléfono que por mirar a los ojos a la persona que tienen al lado y dedicarle una honesta sonrisa y unas pocas palabras; la disertación acerca de la memoria y aprendizaje, y, por último, el trabajo y debate del resto de compañeros, me levantó barreras, me abrió los ojos para poder ver la cruda realidad. Una realidad donde las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC) tienen un papel primordial en nuestra vida; una realidad donde abundan las mentiras, engaños, hipocresía; una realidad donde el ser humano vive sin vivir en sí; una realidad en la que el hombre ha dejado de lado la humanidad, y la humanidad como unidad abandona lo natural y se vuelve mecánica. ¿Por qué?, pensé. Las TIC se han incorporado tanto a nuestra vida que nos la están quitando. Pero ¿hacia dónde nos llevará esto o, mejor dicho, hasta dónde?